lunes, 24 de octubre de 2011

Campeones de ayer y hoy. La gran diferencia.

Luego de escribir “Un campeón no se discute”, seguí pensando en algo que siempre es tema de análisis: la comparación entre los campeones de ayer y hoy.

Tema álgido, con marcos referenciales diferentes y que impiden comparaciones directas… pero… hay algo que ha cambiado tanto que genera un marco único y que permite un análisis casi incontestable: la seguridad.

Un campeón de hace sesenta años, incluso diría que hasta hace poco más de una década, no solo debía llegar a serlo por andar más rápido que los demás. Debía mantenerse vivo en autos inseguros y que no perdonaban errores. El rompe-paga no pasaba solo por el auto al no existir simuladores, sino por la vida en cada accidente.

No me refiero al valor necesario para subirse, sino a la actitud y virtudes necesarias para llegar a coronarse sin errores de consecuencias fatales. El juego con el límite era realmente una cosa seria. Lo que hoy es parte de un espectáculo que en categorías como la Fórmula Uno y muchas otras puede terminar simplemente como imágenes espectaculares, antaño podía –y de hecho lo era- ser parte de las necrológicas. -Si bien la muerte hoy está lamentablemente presente en algunas categorías, las razones son evidentes y solo la irresponsabilidad de algunos permite que se mantengan sin cambios-.

No dudo que actitudes sistemáticas como las habituales de Hamilton y algunas muy criticadas de Vettel les hubiesen impedido campeonar. Ya sea por prolongadas visitas a centros de salud, o más lamentable aún, por un definitivo e inapelable retiro de las pistas.

La diferencia entre los autos y sus medidas de seguridad hace que las actitudes agresivas tengan consecuencias tan diferentes como jugar a la ruleta rusa con balas… o sin ellas.

En automovilismos como el Argentino, el deslizamiento permisivo de los códigos de ética permite usar "el arma" con sanciones leves para los irresponsables, en medio de una suma de accidentes que antes los hubiese sacado físicamente del escenario… a ellos o a quienes perjudican en situaciones de riesgo. Para pensarlo y cambiar.

Luis A. Buccino

viernes, 21 de octubre de 2011

Un campeón no se discute…

Un campeón no se discute…

… solo el tiempo los aquilata y los coloca en un contexto realista.

Mucho se piensa y habla de un campeón como Vettel sobre un auto tan superlativo como el RBR. En un deporte como el automovilismo deportivo actual no hay campeones sin medios mecánicos de excelsa calidad y estructuras de alta tecnología empleando centenares de personas.

Hoy la misión del piloto es no cometer errores y tratar de ser mejor que su compañero. Así de simple… siempre y cuando al compañero se le den exactamente los mismos elementos y apoyo. Cualquier mínimo desfasaje en la puesta a punto puede significar esas pocas milésimas por vuelta que construyen y consolidan una clasificación y/o una carrera.

El justo campeón de F1 actual pagaba el año pasado innumerables errores personales y solo pudo solventarlo en base a la abultada “billetera tecnológica” de su medio mecánico. Su compañero le respiraba en la nuca desde un espacio "no mimado" en las preferencias del equipo. Este año los escalones estuvieron más marcados. Puede que por mejorar Vettel, por decaer Webber, por diferencias en los autos… o por una suma de todo ello.

Vettel padecerá por unos años parecidas observaciones que las que tenían por objeto a Schumacher en la era de la “Supremacía Ferrari”… Tal vez lo alcance o supere… tal vez no. Coincido con lo expresado por Ross Brawn: “Veremos lo que hará cuando no tenga el mejor auto”. Como todo en la vida, será el tiempo lo que pondrá las cosas en perspectiva y lo mostrará como probablemente lo recuerden en las décadas por venir.

En el terreno del recuerdo y las perspectivas, un grande como nuestro Lole Reutemann vio agigantada su figura con el paso de los años, el respeto de los especialistas y la comparación objetiva con compañeros de equipo y contrincantes. De no ser por las consecuencias indeseadas de su decisión de no acatar el cartel “Jones-Reut”, (el ¿sabotaje? a su caja de cambios), tendríamos un muy honorable campeón argentino en la máxima. No solo eso, sino un “SEÑOR” con mayúsculas no solo en el deporte sino en la vida. Algo que solo el paso de los años confirma.

Otro ejemplo de máximo campeón es nuestro “Gigante de Arrecifes, Norberto Fontana”. Nadie puede negar sus conquistas, virtudes y capacidades… apenas algunos discuten su estilo agresivo, siendo esto mismo agradecido por los aficionados. Lo que no se puede olvidar es la definición de su corona de TC2000 de la temporada 2010. Eso si que fue sobrepasar las limitaciones matemáticas exprimiendo hasta la última gota de rendimiento a un auto que no era el mejor, mientras llevaba al error a quien las tenía más fáciles. El paso del tiempo pone las cosas en perspectiva y Norberto es cada día “un poco más gigante”.

Volviendo a Vettel, la maduración y el pulido de rispideces que ella conlleva, probablemente muestren a un hombre mejor aún el día que se siente en un auto de segunda línea. Solo él podrá demostrar si está a la altura del desafío de andar en el medio del pelotón y desarrollar un auto con déficit tecnológico.

Luis A. Buccino

Deporte motor: ¿Entre el show y la ruleta rusa?

Una de las imágenes que más me impresionó en la infancia dentro de lo que la historia y los monumentos del pasado nos permiten vislumbrar es el Coliseo Romano. Cuando lo visité en los ´90 no podía dejar de recordar una frase: “Al romano pan y circo”.

Amando desde pequeño el deporte motor asistí a demasiadas muertes entre pilotos, espectadores y asistentes. También la calle nos devuelve cotidianamente una triste realidad: el morbo y la curiosidad sobrevolando cualquier situación de desastre. No hace falta ni siquiera aclarar las razones por las que los accidentes en las carreras de autos son más atractivos para algunos que la competición en si misma, al punto de repetirse más que cualquier maniobra de excelencia conductiva.

Esa extraña mezcla de pasión por las competencias deportivas, búsqueda de entretenimiento bajo la forma de “Show”, e incontenible atracción por las imágenes de catástrofes han derivado en un automovilismo deportivo extraño: No importa en realidad que gane el mejor, sino lograr imágenes imponentes. El costo aceptable parece incluso llegar a la esencia misma de una competencia deportiva.

¿Alguien se imagina a un atleta de salto en alto cargando pesas para limitar su salto por ser el mejor? ¿O a un corredor de 100 metros largando más atrás del resto pues es más veloz? ¿O a un boxeador campeón con un brazo atado a sus espaldas? Pues esto y otras aberraciones equivalentes son aceptadas en los reglamentos de diversas categorías para “beneficiar el espectáculo” en pos de incrementar la incertidumbre impidiendo que gane el mejor… y así de paso engordar la facturación.

Medidas bajo el paraguas de “beneficiar el deporte motor” son en realidad motivadas por la búsqueda del beneficio económico sin que el deportista y sus virtudes importen realmente a la hora de la verdad.

Una verdad que además nos recuerda cada tanto con una muerte que se trata de “un deporte de riesgo”, practicado por profesionales que “saben lo que están haciendo”.

Bajo estas condiciones se corre muchas veces en espacios no aptos para ello pero convenientes eco-políticamente… mientras se titula como “fatalidad” cualquier muerte ocasionada en situaciones evitables. “Si se puede evitar no es un accidente” rezan las campañas de prevención… mientras pareciera que lo que no se puede evitar es la agonía de la esencia del deporte en pos del show.

El fenómeno es mundial y los ingredientes comunes con apenas matices: escenarios con condiciones inadecuadas de seguridad, pilotos con poca experiencia y mucha billetera, algunas categorías con autos peligrosos bajo determinadas condiciones… y pilotos “profesionales” que simplemente van a donde les dicen y hacen lo que les ordenan, carentes al parecer de un mínimo espíritu de grupo.

“Habrá más muertes” se escucha decir a algunos mientras decenas de miles de asistentes a un óvalo devoran hamburguesas mientras un pelotón de autos viaja a 400km por hora en busca de un destino trágico. ¿Hasta cuando?

“Callejeros en el corazón de las ciudades” en lugar de competencias en autódromos que para mejorar su infraestructura deberían tener mayor utilización y rentabilidad. ¿Hasta cuando?

Pilotos subiendo a sus autos refunfuñando a veces en condiciones claras de inseguridad, rodeados de colegas peligrosos por sus actitudes “sin límites” con licencias que deberían haber sido revocadas mucho tiempo atrás. ¿Hasta cuando?

Nunca tuve como ahora la sensación de estar asistiendo a una especie de juego de la ruleta rusa: todos saben que cosas pueden salir mal mientras suplican internamente que no les pase a ellos. Jamás comprenderé la atracción que sienten por ponerse el arma cargada en la sien… doblando apuestas en las que va la vida.

Luis A. Buccino

F1 - A confesión de Pudientes… relevo de pruebas…

Cuando escribía semanas atrás “Fórmula uno – La supremacía del dinero” mencionando investigaciones sobre la realidad o no de las cifras declaradas por RBR que se sospecha estarían muy por encima de los límites acordados por la categoría, estaba absolutamente claro que la situación era insostenible. O se blanquean los montos reales, o se eliminan los topes presupuestarios. Esta es la burbuja que imparable surge hoy del fondo de la cuestión.

El poderío y supremacía que hoy ostenta RBR, y la vocación de Mercedes Benz por llegar a campeonar no podrían ser contenidos dentro de los presupuestos acordados. Su postura actual de “plantarse” ante la FOTA para eliminar los límites es al menos comparable a una confesión de partes.

Diametralmente opuesta y sorpresiva es la posición de Ferrari, que luego de haberse opuesto al fijarse inicialmente estas normas, parece haber contenido la inversión. Tal vez esto agrega un poco más de luz a la también limitada performance actual de los autos del Cavallino.

En una categoría en donde ya no queda casi espacio para los milagros, probablemente RBR sin un presupuesto multimillonario sería -haciendo un paralelo-, como Vettel sin el RBR actual: Uno más entre los buenos, pero ya no indiscutiblemente el mejor.

No parece haber en realidad muchas opciones reales. O se hace un control real y se democratiza para abajo, o se vuelve a dar un salto de calidad para pocos y se sigue avanzando en pos de la excelencia. Para una categoría que pretende ser el sumun del deporte motor, el camino a seguir parece ser uno solo en el terreno de lo real… u otro en el derrotero tan recorrido de las mentiras y los engaños.

domingo, 2 de octubre de 2011

Callejeros: TC 2000 en Ciudad de Buenos Aires.

Al escribir “Autódromos, si se puede evitar no es un accidente”, dejé pendiente el desarrollo detallado del tema en callejeros y semi-permanentes. La razón es que cada trazado es diferente a otro, las condiciones son únicas y dependen grandemente del tipo de vehículos. No es lo mismo un KART en el micro-centro porteño que un FIA GT o TC 2000 en Potrero de los Funes. No lo es tampoco una despoblada avenida costanera si se la compara con el centro neurálgico de una gran ciudad.

Comienzo aclarando mi postura de base: las categorías mayores están concebidas para competir en pistas adecuadas y su lugar por definición y decantación son los autódromos. También disfruto del Rally y competencias Off Road, entendiendo que cada tipo de vehículo lleva en su diseño una intrínseca vinculación con el escenario en donde competirá.

Hoy ante la confirmación del “Gran Premio Coronación TC2000” en las calles de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, me parece oportuno profundizar el análisis sobre este callejero y carrera en particular. Hay a mi parecer dos grandes temas: los derechos y seguridad de los ciudadanos que habitan las zonas a transitar, y los aspectos técnico-deportivos que hacen a una competencia automovilística.

El espíritu de la letra que prohíbe –o prohibía- la realización de carreras dentro de la ciudad es –o era-, absolutamente comprensible y perfectamente sustentable. Ningún vecino debe ser sometido a un riesgo que viola sus derechos y pone en juego su seguridad personal o la de sus bienes. Así de simple. Ningún empleado municipal, ni siquiera detentando el cargo máximo, puede arrogarse el derecho de pasar por alto los derechos de un “frentista”.

Cuando un adulto asiste a un autódromo se lo supone consciente de los riesgos de vida que esto puede implicar y que se pueden mensurar adecuadamente así como paliar las consecuencias con medidas activas complementadas con la contratación de un seguro. Insisto en lo medular: el adulto asiste en pleno uso de sus derechos a un lugar específicamente construido para realizar competencias de alto riesgo. El peligro no va a el sino todo lo contrario.

Cuando un habitante del corazón de la ciudad, adulto o menor, es sometido sin poder evitarlo a una situación en que se le trae a la puerta de su casa un peligro concreto, incomodidades para el libre acceso y otros efectos negativos de una carrera de autos con todo lo que estas implican, se está violando de manera muy clara sus derechos. Y no para un fin benéfico o por causa mayor, sino porque un grupo de dirigentes negocia cambiar los principios que lo impiden.

Podemos estar o no de acuerdo con esto pensando en marcos atractivos, asistencias multitudinarias y otras consideraciones. También podemos hacer mención de escenarios de carreras de Fórmula Uno y otras categorías a lo largo de todo el mundo… Lo que no podemos evitar es que los callejeros estén directamente vinculados a la palabra peligro, así como que muchos de ellos sobreviven solo por razones económicas o políticas cuando no se sustentan técnica o deportivamente desde hace muchos años.

Otro aspecto del tema es la traza en si misma. Una cosa es atravesar la zona céntrica de la ciudad en función de pasar por múltiples puntos de interés, y otra cosa sería hacerlo –por ejemplo- en una avenida costanera, con el río de un lado y un espacio mucho más “controlable” por el otro. Indudablemente, el riesgo potencial de afectar la vida y los bienes de los ciudadanos sería muchísimas veces menor. Puntualmente: si la traza anunciada pasara por la puerta de mi casa, estaría presentando un amparo dejando de lado mi pasión por el automovilismo deportivo.

Otra cosa son los motivos para “forzar” este tipo de escenarios. A veces un dirigente ante el fracaso de un área de gestión “saca de la galera” soluciones mágicas. Si salen bien incluso puede ser felicitado por ello olvidando el error original. También puede ser que en medio de sus problemas olvide a veces la esencia de la actividad en la que se desarrolla y deje de lado consideraciones importantes. El “lobby” de dirigentes concentrados en llegar a algún lugar, puede hacer que a veces no miren “como y por donde” lo hacen.

El problema no radica solo en estas miradas. Lo que para un vecino puede ser un verdadero problema en la puerta de su casa, puede verse para millones como un interesante espectáculo por televisión. Lo importante es diferenciar lo que realmente “es”, de lo que se ve.

Recuerdo cuando en la década del noventa, el presidente de la República Argentina “probó” una Ferrari a mucho más de 200 km/h en ruta abierta, con un operativo policial que le “abría el camino” entre Buenos Aires y la costa Atlántica. Para algunos un escándalo y muestra de irresponsabilidad, para otros un gesto simpático. Una Ferrari es un auto pura sangre diseñado para correr. El que la manejaba, un piloto bastante experimentado... además de presidente. El operativo policial, pudo ser muy eficiente… el problema es que se violaban los derechos de miles de personas “por el camino”, para hacer algo ilegal que bien o mejor pudo ser hecho en el lugar más adecuado: Un autódromo. –Menciono para quien lo ignora que las rutas argentinas no eran entonces ni por asomo como las autopistas alemanas en donde se circula hasta a 250 Km/h-.

Es importante que la vara para medir un hecho no sea el protagonista y lo simpático que pueda parecer, las urgencias de un sector o los negocios que se puedan cerrar con ello. El espacio natural para las carreras son los autódromos, y Buenos Aires tiene el suyo. Por si fuese poco, Argentina los tiene por doquier. Si no se trabajó anticipada y mancomunadamente para organizar las fechas sobre los más deseables, es triste que la salida política sea pasando por sobre los derechos históricos de los ciudadanos de Buenos Aires.

Ante el hecho aparentemente consumado y la carrera autorizada, solo desearía que un acto de reflexión los llevase al menos a un replanteo de la traza. La costanera en diversos sectores se muestra como una de las opciones menos peligrosas y perturbadoras para la vida de la ciudad y su gente. Incluso presenta en algunos puntos, opciones muy atractivas y trazas mucho más adecuadas para el desarrollo de una carrera.

Una vez planteadas las objeciones de fondo, vamos a la esencia del deporte: la carrera en si misma.

Exceptuando el impresionante escenario de “Potrero de los Funes”, cuando pienso en callejeros no puedo evitar ver laberintos contenidos por bloques y en espacios reducidos lo que trae aparejados espectáculos pobres… apenas “enriquecidos” por golpes y roturas, y muy lejos de brindar competencias de calidad. No son estos el mejor escenario para definir un campeonato con duelos magistrales hasta el último minuto.

No parece ser tan negativo en primera instancia lo que devuelve un atento análisis del trazado anunciado. Los recorridos sobre la Av. Nueve de Julio –la más ancha del mundo- tendrían suficiente espacio como para no presentar eventualmente inconvenientes. Solo algunos desniveles en el piso podrían obligar a modificar las suspensiones para adaptarse a ello, y esto tiene un costo y consecuencias azarosas. Tanto el recorrido por Av. De Mayo y Diagonal R. S. Peña es espacioso, con la misma salvedad de un piso no preparado para autos lanzados a máxima velocidad. Estas dos rectas ladeadas por edificios presentan a mi gusto características que podrían poner en riesgo tanto propiedades como personas. Desde el punto de vista del marco para el espectáculo puede ser algo imponente. Desde el nivel de riesgo hubiese preferido la costanera.

Desde lo netamente deportivo me parece una opción muy pobre e inadecuada para el cierre de un campeonato. El resultado puede llegar a estar más en manos de imponderables que de la fina competencia entre virtuosos del volante. Cualquier autódromo daría más posibilidades de disputa cabeza a cabeza, curva a curva, lucimiento tras lucimiento.

No puedo evitar recordar el cierre del campeonato 2010 del TC2000, con un Norberto Fontana que con las matemáticas en contra, se impuso dando el 110% en todas y cada una de las vueltas, regalándonos una clase magistral de manejo concentración y entrega. Dudo mucho que este escenario tenga en si mismo los elementos que puedan permitir un cierre de estas características deportivas… Cosa que –insisto- cualquier autódromo aportaría.

Una cosa es el Show, y otra la esencia del deporte. Lo primero no debe llevarse puesto lo segundo, y mucho menos si la moneda de cambio puede eventualmente ser la seguridad.

Luis A. Buccino