domingo, 11 de septiembre de 2011

Autódromos: Si se puede evitar no es un accidente.

Hace años que las campañas de educación vial en Argentina centran la atención en esta frase: “Si se puede evitar no es un accidente”. Concepto breve y efectivo a la hora de expresar una idea-fuerza, si bien el caos intrínseco de la calle le resta un poco de precisión en la vía pública.

Si el tránsito en calles y rutas agrega una cuota de imprevisibilidad a los accidentes, no debería ser así en un espacio como los autódromos. Construidos con el específico fin de albergar competencias de alto riesgo, no es admisible por tanto dejar de tomar todas las medidas de seguridad en función de un riguroso análisis. Los circuitos semipermanentes merecen un tratamiento parecido pero con particularidades que exceden esta nota.

La seguridad de los autos en cuanto a la integridad física de los pilotos ha avanzado a un nivel de excelencia imposible de anticipar décadas atrás. No ha sido así con la mayoría de los autódromos. Lamentablemente, razones económicas vinculadas al costo de las reformas de infraestructura, como la imprevisión de múltiples actores, han generado consecuencias fatales cuando los autos o sus partes salen descontrolados impactando sobre las personas. Así como es encomiable la tarea sistemática desarrollada para disminuir los riesgos de impactos que involucran autos entre sí, es lamentable en mi opinión lo poco que se ha avanzado para eliminar o al menos disminuir sensiblemente los riesgos para el público o los asistentes de pista. Basta recordar banderilleros arrollados por autos en salidas de pista, o público fallecido como consecuencia de impactos de ruedas desprendidas en trayectorias no solo probables sino muy predecibles en determinadas zonas. No es admisible escuchar solo expresiones de alivio cada vez que ante un evento de ese tipo vemos como autos o sus partes desprendidas pasan literalmente rozando personas. Tampoco lo es la calificación de “fatalidad” cuando se producen víctimas en estas situaciones. Peor aún es que no se tomen medidas concretas para evitar que se repitan.

Limitar las medidas a la contratación de un seguro pues las obras serían muy caras, es desvirtuar lo que es una obligación para simplemente paliar la falta de medidas activas. El público asistente no tiene la obligación de conocer todos los peligros y las maneras de evitarlos, y tampoco se le informa de manera sistemática y ordenada. Así como las personas que asisten a boxes por razones de trabajo deben firmar y contratar un seguro para permanecer dentro de la zona, todos los espectadores deberían estar en igualdad de condiciones. La cinta asfáltica no es un separador de derechos y obligaciones, ni tampoco ofrece garantías diferenciales a la hora de ver autos o sus partes volando por el aire. La inexistencia de vallados efectivos a la hora de disminuir la velocidad de un objeto volando en sentido al público es endémica. La ignorancia del público respecto a los riesgos que implica la participación en un espectáculo de este tipo, también. Hace algunos años luego de la muerte de un espectador alcanzado por una rueda, expresé entre otras cosas que en los accesos de los autódromos debería haber carteles anunciando (como en las marquillas de cigarrillos) los riesgos para la vida y salud en caso de accidentes.

La toma de conciencia por parte del público y la contratación de seguros ante lo imprevisible pero posible, no pueden dejar de lado las medidas concretas de la mano de una investigación profunda de comisiones de pilotos y expertos en seguridad.

Calificar un autódromo como plenamente apto para competencias con público, debería ser una tarea conjunta de las asociaciones de pilotos, categorías, dueños de los circuitos, y un ente autárquico independiente capaz de permanecer ajeno a las presiones comerciales de uno u otro sector. Tal vez una mayor intervención del A.C.A. o plegarse plenamente a las normas FIA podrían ser parte del abanico de opciones. Lo importante es ir sumando circuitos plenamente calificados, no solo para nuestro automovilismo, sino también para competencias internacionales.

Lamentablemente, el nivel de inversión necesario en un autódromo tiene dos caras: Si no se hacen mejoras, las categorías no los visitan. Luego de hacerlas y para poder recuperarlas, la necesidad coloca al autódromo en una posición de debilidad relativa a la hora de negociar con las categorías. A quien más necesita recuperar se lo puede presionar más.

Como en todas las actividades que necesitan generosas inversiones en infraestructura, no puede perderse la rentabilidad. Es en este punto en donde el equilibrio se torna más difícil. Sobran autódromos pero poco calificados. Se superponen los requerimientos de fechas y armar un calendario no es sencillo si no se conoce con mucha anterioridad la aprobación de todos los escenarios. Lo que parecería ideal es un proceso escalonado en donde se califiquen los mejores escenarios dándoseles prioridad y plena utilización para que recuperen su inversión a corto plazo. Se plantea el problema a lo largo del tiempo a medida que se califiquen otros circuitos. Probablemente sean las categorías las que en un trabajo unificado deban ir poniendo equilibrio. Tarea difícil, sobre todo si los hechos muestran que a la hora de las discusiones de intereses, hoy no se muestran capaces de trabajar mancomunadamente. Si queremos un automovilismo mejor, es algo imprescindible.

Luis A. Buccino

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